El puro conocimiento intelectual no cambia la vida de las personas, sino que para lograr ser mejor, para superar ciertas tendencias ancladas en el carácter, para alcanzar la plena realización como ser humano, es necesario sentir con plenitud el Amor.
El Amor es la palabra clave de la doctrina crística. El Maestro dijo que
era el único camino que llevaba al Padre. Si queremos llegar al Padre, lo cual no
significa otra cosa que alcanzar el conocimiento de la organización cósmica, es preciso recorrer
el camino del Amor, y éste no se concibe sin gestos y sin palabras. El Amor es un
desbordamiento de uno mismo, una entrega sublime al otro.
El enamorado necesita comunicarle a su amada lo que siente y lo hace con
gestos grandilocuentes que traducen aquello que las palabras, por sí solas, no
sabrían expresar. Por ello la religión del Cristo ha sido una religión de ritos y plegarias.
La plegaria es como el canto de amor del poeta a su amada y los ritos
son los gestos que el enamorado de la trascendencia ofrece a esa divinidad interna que
se esconde de su mirada. Para entrar en comunicación con el Eterno, con nuestro Ego
Superior, y para lograr que su gracia nos alcance con el fin de transmutar nuestra personalidad
y ser una piedra angular de su Obra, es preciso estar dispuesto a rezar.
La mayoría de plegarias que suelen mandarse a la divinidad son como
postales que carecen de señas o cuyas señas son incompletas y dirigidas a entidades
espirituales que no disponen de los poderes suficientes o adecuados para satisfacer las
peticiones que se formulan. Por ello era necesario personalizar estas peticiones,
dirigirlas a las entidades, a Dios Padre, a Jesucristo, a la Virgen, a los santos, a los ángeles, que corresponden a cada
una de ellas.