Partiendo de la idea de que la divinidad está en nosotros y no en el
exterior como hasta ahora nos habían hecho creer, uno puede acudir a ella en teoría en
cualquier circunstancia, Sin embargo existen una serie de condiciones que contribuyen a que nuestras
plegarias lleguen a su destino de forma más nítida y segura.
Es un poco como la radio, uno puede escucharla en cualquier lugar, pero
debajo de un túnel o en una pista de aterrizaje de aviones, pongamos por caso, la
nitidez de las emisiones dejará mucho que desear.
Cuando invocamos una fuerza celestial determinada, ésta tiene la obligación
de acudir, pero llamarla sin reunir determinadas condiciones equivale a invitar a
un amigo a pasar un fin de semana bajo un puente. En cambio, cumplir con estos requisitos
significa construirle a la fuerza en cuestión una morada dentro de nosotros para que pueda instalarse en todo momento.
Para rezar, conviene escoger un lugar tranquilo, es preferible que sea
siempre el mismo, bien iluminado, limpio, a ser posible exento de ruidos mundanos,
y también de olores de cocina, de tabaco, de vapores de alcohol.
Si rogamos en un ambiente cargado, las que acudan a nuestra llamada
serán más bien entidades del bajo Astral, las que sienten apetencia por los
desperdicios, y nuestra plegaria difícilmente llegará a su destinatario.
Para que suba, es preciso que alguien la transporte, y son los Ángeles
Mensajeros los que se encargan de ello, los cuales reciben de manos de nuestros
custodios personales, las demandas que formulamos a la divinidad. Pero estos Ángeles son entidades
muy elevadas, no pueden acercarse a atmósferas particularmente densas porque su vibración
destruiría tales ambientes, causando estragos en las entidades inferiores que los habitan
y los ángeles, por su naturaleza, no pueden destruir.
Esto explica que muchas plegarias no lleguen a su destino, y sugiere la
necesidad de volver al templo para rezar. En efecto, la gente que acude a un templo,
al penetrar en él suele dejar fuera lo inferior (ésa es al menos la actitud que hay que tener)
de su naturaleza para elevarse, para replegarse hacia lo más digno y noble de su ser.
En la Edad Media, existía la costumbre en determinadas capas sociales de
dedicar una habitación de la casa a la capilla, en ella celebraban misa los señores
feudales y la burguesía rural que les sucedió.
Todavía quedan vestigios de esta costumbre en algunas casas señoriales contemporáneas y los arquitectos modernos deberían orientar sus
construcciones hacia ese ideal.
En las edificaciones de la Era de Acuario, cada casa dispondrá de una habitación-templo y en ella entrarán los seres limpios de todo deseo
sombrío para dialogar con la divinidad. Pero mientras esto no se consiga, o bien si
un no dispone de un lugar tranquilo, acudir al templo puede ser lo más
adecuado.
Ciertas escuelas de meditación aconsejan a sus adeptos que, antes de
rezar o meditar, eviten comer ajo o cebolla crudos, debido al fuerte olor que provocan y
que puede ahuyentar a las entidades celestes.
ES ACONSEJABLE ASIMISMO ENCENDER UNA VELA BLANCA, símbolo de luz y elevación. En efecto, cuando se enciende una luz en la Tierra, se
enciende igualmente otra en el cielo.
Los mundos superiores contienen una copia de todo cuanto existe en este
mundo, no sólo en el aspecto físico, sino que figura una copia de la intención, del
sentimiento que ha producido aquella forma y entonces se movilizan fuerzas providenciales
para ayudar a llevar a la madurez aquello que los humanos inician.
La vela encendida atrae las fuerzas que han de, contribuir a obtener
aquello por lo cual se reza, moviliza legiones en el más allá, es como un toque de trompeta.
PERO CONVIENE QUE SEA UN SOLA VELA, O BIEN TRES, nunca dos porque éste es el número
que simboliza la dualidad, y atrae una fuerza y su contraria al mismo tiempo,
anulándose toda acción.
Es importante también saber que al encender una vela, es la intención
que le damos a ese gesto lo que genera "luz"; sin esta intención el encendido
no tendría ningún valor.
La ropa debe ser holgada, cómoda, con un cinturón que separe la
conciencia de los bajos instintos, lo ideal es utilizar una túnica blanca.
Si las condiciones en las que uno vive lo permiten, es preferible rezar en voz alta, incluso más alta de lo normal y vibrante, emulando los
cantos gregorianos, en una octava superior a la normal, como si la garganta fuera realmente
el órgano a través del cual se expresa la energía divina, de esta forma la voz adquiere una
virtud creadora y moviliza más eficazmente a los ángeles. Si no se puede rezar en voz alta, es
mejor hacerlo en voz baja que no hacerlo en absoluto.
Para los rezos destinados a otras personas (para su curación, su
beneficio en general), deberemos situarnos de cara al Este, por donde sale el Sol. Se aconseja
el uso de una brújula.
En cambio, cuando se pide para uno mismo, o bien cuando se pronuncia el
Exhorto, hay que situarse de cara al Oeste.
Algunas personas colocan, al lado de la vela, y como símbolo de pureza,
un capullo de rosa blanca, un ejemplar del libro sagrado o
de los evangelios.