Oh! Estimado Ángel mío
que bien sabéis convertir
todas las tribulaciones en gozos nuestros,
en utilidad mía,
y en tormento del enemigo infernal.
No me abandonéis en este tiempo
que tanto necesito de Vos.
Haced que nunca los dolores
venzan mi paciencia.
Disipad mis tinieblas con vuestras luces
y endulzad mis congojas con vuestros consuelos,
de manera que sepa bendecir
las cruces que Dios me envía
y si ellas llagan mi corazón
y abren en él alguna herida,
por estas mismas heridas
introducid nuevas gracias en mi corazón,
nuevas consolaciones,
nuevos méritos,
para que al fin,
pueda gozar de Dios en el Cielo
y allí compartir su reino
por todos los siglos de los siglos.