Rafael significa Medicina
de Dios y se le suele representar en unión con Tobías,
acompañándolo o librándolo del peligro del pez.
Su nombre sólo aparece en el
libro de Tobías. En él se nos presenta Rafael como modelo de
ángel custodio, porque protege a Tobías de todos los peligros:
del pez que quería devorarlo (6, 2) y del demonio que le hubiera
matado como a los otros siete pretendientes de Sara (8, 3).
Cura la ceguera del padre (11, 11) y así manifiesta su carisma
especial de ser medicina de Dios patrono de los que cuidan
enfermos.
Arregla los asuntos del dinero prestado a Gabael (9, 5) y
aconseja a Tobías que se case con Sara. Humanamente, Tobías
nunca se hubiera casado con Sara, porque tenía miedo de morir
igual que los anteriores esposos (7 11), pero Rafael cura a Sara
de sus miedos y tranquiliza a Tobías para que se case, porque ese
matrimonio era querido por Dios desde toda la eternidad (6,
17). El mismo Rafael es quien presenta las oraciones de Tobías y de
su familia ante Dios:
"Cuando orabais, yo presentaba vuestras
oraciones ante el Santo; cuando tú enterrabas a los muertos,
también yo te asistía; cuando sin pereza te levantabas y dejabas de comer para
ir a sepultarlos, yo estaba contigo" (12, 12-13).
A Rafael se le considera el patrono
de los novios y jóvenes esposos, porque arregló todo
lo referente al matrimonio de Tobías con Sara y solucionó todos los
problemas que impedían su realización. Por eso, todos
los novios deben encomendarse a san Rafael y, por medio de él, a
la Virgen nuestra Madre, que, comobuena madre, se preocupa de su
felicidad. Así lo hizo claramente en las bodas de Caná, donde
consiguió que Jesús realizara su primer milagro para hacer
felices a los recién casados.
También san Rafael es buen
consejero familiar. Aconseja a la familia de Tobías a alabar a
Dios:
"Bendecid a Dios siempre, pues yo no he venido por mi
voluntad, sino por la de Dios; por lo que a Él debéis bendecir siempre.
Ahora alabad a Dios que yo me subo al que me envió y poned por
escrito lo sucedido (12, 17-19). Y aconseja a Tobías y Sara a
orar. Cuando a ella te acerques, levantaos ambos e invocad
al Dios misericordioso y tendrá piedad de vosotros. No temáis, que
para ti está destinada desde la eternidad y tú la salvarás
e irá contigo, y estoy seguro de que tendrás de ella hijos" (6,
17).
Y, cuando estuvieron solos en
la alcoba, Tobías dijo a Sara:
"Levántate, hermana, vamos a
orar para que el Señor tenga
misericordia de nosotros.
Bendito eres Dios de nuestros padres y bendito por los siglos tu
nombre santo y glorioso. Bendígante los cielos y todas las
criaturas. Tú hiciste a Adán y le diste por ayuda y auxilio a Eva, su mujer; de
ellos nació todo el linaje humano. Tu dijiste: No es bueno que el
hombre esté solo; hagámosle una ayuda semejante a él.
Ahora, Señor, no llevado de la pasión sexual, sino del amor a tu
ley, recibo a esta hermana por mujer.
Ten misericordia de mí y de
ella, y concédenos a ambos larga vida.
Y ella respondió: Amén (8,
4-8).
¡Es tan importante orar en
familia! La familia que reza unida, permanece unida. Por otra
parte, san Rafael es patrono especial de los marineros, de todos los
que viajan por agua y de quienes viven y trabajan cerca del agua,
pues como libró a Tobías del peligro del pez en el río, también puede
librarnos de los peligros de las aguas.
Por ello, es patrón especial
de la ciudad de Venecia.
También es patrono de los
caminantes y viajeros, quienes lo
invocan antes de emprender un
viaje para que los proteja como protegió a Tobías en su viaje.
Es patrono de los sacerdotes
que confiesan y dan la unción a los enfermos, ya que el
sacramento de la confesión y de la unción de los enfermos son
sacramentos de sanación física y espiritual.
De ahí que los sacerdotes
deberían pedir su ayuda, especialmente, al confesar y dar la santa
unción. Es patrono de los ciegos, porque puede curarlos de la ceguera
como lo hizo con el padre de Tobías.
Y muy especialmente también es
el patrono de quienes curan o atienden enfermos;
concretamente, de los médicos y enfermeros.
Pero hay que tener en cuenta
que para que san Rafael pueda cumplir su misión y ejercer su
ministerio de curar y sanar los cuerpos y las almas, el que lo
invoca debe estar en gracia de Dios.
Si está en pecado grave, por
guardar rencor en su corazón o por haber cometido algún grave
error, está cortada la comunicación con Dios y no podrá ayudar. Es
preciso, antes de pedirle algo, saber perdonar y estar a bien
con Dios por medio de una buena confesión. Esto deberían
tenerlo muy en cuenta los médicos, enfermeras y todos los que
cuidan enfermos.
La medicina no debe ser un
acto simplemente terapéutico sin compasión y sin amor. Una
medicina deshumanizada, que sólo ve los medios científicos y
técnicos, no puede ser totalmente eficaz.
Por eso, es imprescindible en
el ejercicio de la medicina y del cuidado a los enfermos que
tanto el paciente como el que lo cura, estén en gracia de Dios e
invoquen a san Rafael con fe como enviado de Dios para curar.
Dios puede hacer milagros o puede curar normalmente por medio de
los médicos y medicinas. Pero siempre la salud es un don de
Dios. Por otra parte, algo muy significativo y muy útil es
hacer bendecir las medicinas en el nombre de Dios antes de
tomarlas. Es importante que sean bendecidas por un sacerdote;
pero, si no hay tiempo o no hay posibilidad de hacerlo, uno
mismo o un familiar puede hacer esta o parecida oración:
Oh Dios, que
maravillosamente
creaste al hombre y más
maravillosamente aún lo
redimiste,
dígnate socorrer con tu auxilio
a todos los enfermos.
Te pido
especialmente por _______.
Atiende nuestras súplicas
y bendice
estas medicinas
(y estos instrumentos médicos)
para que el que lo tome,
o esté
bajo su acción,
pueda ser sanado por tu gracia.
Te lo
pedimos, Padre,
por intercesión de Jesucristo, tu Hijo,
y por
la intercesión de María, nuestra Madre,
y de san Rafael arcángel.
Amén.
La bendición de las medicinas
ha resultado muy eficaz, cuando se realiza con fe y el
enfermo está en gracia de Dios. El padre Darío Betancourt refiere
el siguiente caso:
"En Tijuana, México,
Carmelita de Valero tenía que tomar una medicina que le causaba una
somnolencia permanente que le impedía cumplir sus deberes
de esposa y madre. Su esposo, José Valero, ella y yo oramos
por las medicinas. Al día siguiente, ella no tenía sueño y estaba feliz,
atendiéndonos a todos con mucho amor y solicitud".
El mismo padre Darío contaba
en una ocasión, estando en el Perú, que en Estados Unidos
había una Asociación de médicos cristianos, que se reunían a
orar por sus pacientes y sucedían cosas extraordinarias. Una de
las cosas sorprendentes era que, cuando oraban por la
quimioterapia que colocaban a los pacientes con cáncer, a aquellos que
recibían la quimioterapia bendecida, no se les caía el pelo. De este
modo, comprobaban fehacientemente el poder de Dios a través de
la oración.
Veamos ahora algunas
experiencias y apariciones relacionadas con san Rafael:
Santa Francisca de las cinco
llagas, célebre estigmatizada de Nápoles, canonizada por Pío
IX en 1867, tenía al arcángel Rafael como su mejor amigo. Él
la consolaba en sus penas y la cuidaba en sus enfermedades.
Un día, su director Francisco Javier Bianchi, beatificado por Leon
XIII, estaba con ella y sintió un olor de paraíso. Pidió a la santa una
explicación y ella le dijo: “No se maraville usted, porque aquí
en medio de nosotros está el arcángel san Rafael”.
En 1786, la misma santa estaba
muy enferma y era incapaz del menor movimiento. Don Juan
Pessiri quiso ayudarla y le llevó una taza de chocolate que él
colocó en la mesita de noche, diciéndole que se la tomara,
mientras él iba a realizar algunos trabajos de su ministerio sacerdotal. La
pobre enferma no sabía cómo obedecer, porque no podía
moverse; y pidió ayuda a su gran protector san Rafael. Al
instante, una mano invisible le presentó la taza y, después de tomar el
chocolate, la recogió y la dejó en su lugar. María Francisca,
consolada y agradecida, le dio las gracias a Dios y a su celestial arcángel.
En otra oportunidad, se le
presentó el arcángel san Rafael como un joven vestido de
blanco y de una extraordinaria belleza. El arcángel le dijo:
“Yo soy san
Rafael. El Altísimo me ha enviado a curarte la llaga de tu
costado, que está a punto de gangrenarse. Renueva tu fe en Dios y Él te
bendecirá”.
Al día siguiente, la llaga del costado estaba sana. El
amable arcángel hizo de enfermero y le ayudaba cortándole el pan
y, diciéndole con una amable sonrisa que ella no podía servirse
sola. Ella disfrutó de una gran familiaridad con el arcángel,
que era su especial protector y guardián.
En la ciudad de Puzzoli
(Italia) se honra de modo especial al
arcángel san Rafael. Uno de
sus vecinos estaba muy enfermo y pensó en ir a Nápoles para
hacerse curar, encomendando su viaje a san Rafael. La noche
anterior al viaje, se agravó su enfermedad y no pudo viajar. Algunos días
después, quiso confesarse y le pidió al padre Ceslas, un dominico del
convento de Jesús y María, que viniera a confesarlo. Le dijo
que su madre, al verlo muy enfermo, lo había encomendado al arcángel
san Rafael. Y le contó que ese día, entre dormido y
despierto, le pareció que se moría y era conducido a la presencia de
Dios. Y el divino juez le mostró con severidad que merecía la
condenación eterna por los pecados mal confesados. Entonces, vio a su
costado al arcángel que le dijo: “Yo soy Rafael y quiero ayudarte. Llamarás al padre y harás una buena confesión y Dios te retirará
la condenación”.
Así sucedió. El moribundo se
confesó y recibió la absolución,
dejando esta vida con claras
señales de salvación.
San Juan de Dios (1495-1550) era
muy devoto de san Rafael. Una noche faltó el
agua en la fuente para el servicio y fue de madrugada a la plaza de
Vivarrambla con dos cántaros y tardó en volver por hallarse bastante lejos.
Cuando regresó al hospital, halló en la cocina fregados
los platos; el pan y todo preparado, las camas hechas, las salas
barridas y todo en orden. Preguntó, extrañado, a los enfermos
quién había hecho en su ausencia los trabajos y todos le
respondieron que él mismo.
"No puede ser que sea yo,
cuando he estado lejos de aquí."
Insistieron en que había sido
él, pues le vieron como todos los días, realizando los
servicios. Entonces, lleno de alegría, exclamó:
"En verdad, hermanos, mucho
quiere Dios a sus pobres, pues envía ángeles que los
sirvan. Y pensó que el arcángel san Rafael, tomando su figura,
había realizado los trabajos."
Una noche muy fría y lluviosa,
encontró el siervo de Dios, al salir de la calle Zacatín, un
pobre aterido que pedía socorro. Juan le dijo:
"Venid conmigo, hermano, a
nuestro hospital y pasaréis la noche al abrigo".
El pobre le dijo que estaba
inválido y sin fuerzas para sostenerse en pie. Y
cargándolo sobre un hombro y sobre el otro la capacha y las ollas con las
viandas recogidas, empezó a caminar con prisa, llevado de las
fuerzas del espíritu más que de las de su cuerpo, debilitado por ayunos
y trabajos. La carga era superior a su humanas fuerzas y Juan cayó
con sus limosnas y su pobre a la entrada de la calle de los
Gomérez… Al tratar de colocar de nuevo sobre su hombro al pobre, un
joven muy hermoso le ayudó y tomándole de la mano, en
ademán de acompañarle, le dijo:
"Hermano Juan, Dios me
envía para que te ayude en tu ministerio y para que sepas
cuán acepto le es; sabe que todo lo que haces por Él tengo a mi
cargo escribirlo en un libro.
Juan le preguntó quién era y
respondió:
"Soy el arcángel Rafael,
destinado por Dios para ser tu compañero, guarda tuya y de
todos tus hermanos".
Una tarde, en su hospital de
Granada, a la hora de cenar, se dio cuenta san Juan de Dios
que iba a faltar el pan. Rezó a Dios y, a los pocos minutos, se presentó un
joven en la puerta de la enfermería. Nuestro santo
reconoció a su amigo y protector san Rafael y dijo a los enfermos:
“Ánimo, hermanos, que los ángeles de Dios vienen a servirlos”. El
arcángel se acercó a Juan y con una gran familiaridad dijo:
“Hermano mío, nosotros formamos una sola Orden, porque hay hombres que
bajo un pobre vestido son iguales a los ángeles. Tomad el pan
que el cielo os envía”. Y desapareció dejando a Juan y a los pobres,
llenos de consolación y de alegría espiritual.
Otro día, llegaba la hora de
la comida, no tenía ni un pedazo de pan que dar a sus pobres.
Sin embargo, cogió la cesta y salió muy confiado en que había de
encontrar lo necesario. Al atravesar una calle, vio venir hacia él
un hombre a caballo, que le ofreció mayor cantidad de pan de la
que precisaba, desapareciendo en seguida. Juan de Dios, regresó
bendiciendo al Señor y él y cuantos presenciaron el hecho, juzgaron
que esta generosidad fue debida a un ángel aparecido en figura
humana.
Una víspera de Navidad se le
informó que no quedaba combustible para la cocina. En
compañía de dos hermanos, fue al bosque y comenzó a cortar
leña. Aunque se esforzaban mucho, era larga la tarea y se echaba
encima la noche. Entonces, se presentaron dos hombres
vigorosos que, en menos de una hora, derribaron árboles y cortaron
en trozos las ramas, formando haces en cantidad para varias
carretas. Los dos religiosos dijeron a Juan:
“Si hubiera aquí un carro,
podríamos llevar leña para mucho tiempo”. El santo no contestó,
pero sonreía misteriosamente.
"Hijos, no tengáis pena,
nosotros que la hemos cortado la llevaremos, contestaron los
leñadores celestes".
Se hizo la noche muy oscura y
para que no se extraviaran o rodaran por algún precipicio,
dos luminosos hachones, llevados por manos invisibles, iluminaron
el camino a Juan y sus discípulos.
Pero su admiración llegó al
colmo, cuando, al entrar en el patio del hospital, encontraron colocada
toda la leña que vieron cortada en el monte.
Estando gravemente enfermo en
su última enfermedad, recibió una noche la visita
del arcángel san Rafael, que le animó y le reveló el día de su muerte.
Estando moribundo, dijo a los que estaban a su lado: Esta noche
pasada el arcángel san Rafael me ha visitado, dándome la
seguridad de que el Señor me hará la misericordia de llamarme a su
lado. Después que me dieron la comunión, la Santísima Virgen,
san Rafael y san Juan Evangelista, me han favorecido con su
presencia, prometiéndome que serían los protectores de la Obra que
yo he comenzado.
En España, en la ciudad de
Córdoba, había una peste terrible. Los muertos eran muchos y
hasta quedaban tirados por las calles sin que nadie se atreviera a
recogerlos. Pero lo triste era que muchos morían sin sacramentos,
porque había pocos confesores sobrevivientes. Simón de Sousa,
religioso, que toda su vida había sido gran devoto del arcángel
Rafael, se multiplicaba para atender a los enfermos y dar limosnas
a los necesitados. Pero viendo que su trabajo era insuficiente,
pidió a la Virgen que enviara a san Rafael para atender a los
enfermos. El ángel se le apareció bajo la figura de un joven de una
extraordinaria belleza y le dijo:
“Yo soy Rafael y vengo a ayudarte. Tus
oraciones y tus limosnas y, sobre todo, tu humildad y caridad
tienen un gran precio a los ojos de Dios; Dios ayudará a esta
ciudad con las dulzuras de su clemencia. Vete al obispo y dile que
ponga mi imagen debajo del campanario de la catedral y que exhorte a
todos a recurrir a mí.
Inmediatamente, los enfermos
serán curados, a condición de encomendarse a la Reina de los
ángeles. Todos los que recurran a mi intercesión y lleven mi
imagen, serán librados de la peste y del impuro demonio Asmodeo, que pierde
a los hombres y los aleja de Dios”.
Simón fue corriendo a
decírselo al obispo. La ciudad obedeció la invitación de san Rafael y
prometió celebrar cada año una fiesta especial para recordar la
celeste aparición. Inmediatamente, la peste desapareció y la ciudad
de Córdoba fue consagrada a san Rafael. En una de sus plazas
públicas se colocó en 1884 una estatua monumental del santo arcángel como
patrono y liberador de la ciudad.
El padre Richa, jesuita, en un
pequeño libro publicado en 1751, dice que había en
Florencia un monasterio de religiosas benedictinas muy devotas de
san Rafael. El confesor del convento, el carmelita padre Alvizzo,
tenía también mucha confianza en el arcángel. Estas buenas
religiosas tuvieron que sufrir una gran prueba referente nada menos
que a su reputación. El asunto fue llevado hasta la Santa Sede y
las religiosas estaban muy afligidas.
Un día, hacia las cinco de la
tarde, oyeron dar fuertes golpes en la puerta del convento. Acudió la
hermana portera y encontró a un joven peregrino que pedía
limosna, diciendo: “Voy a Roma y allí ayudaré, y a mi regreso les
traeré buenas noticias. Que la Comunidad rece durante nueve
días los salmos:
“Los cielos pregonan la gloria de Dios”
(Sal 129) y “Desde lo hondo a Ti grito, Señor” (Sal 130). Y que
enciendan nueve cirios de cera blanca en honor de los nueve coros
angélicos.
El confesor había sido
consolado con una visión de san Rafael y todas cumplieron el encargo
a cabalidad. Tiempo después, un domingo, 1 de octubre, hacia
las seis de la tarde, la Madre abadesa se hallaba con algunas
religiosas, cuando un joven llegó a ellas de prisa y les dijo: “Buenas
noticias”. Y se retiró.
En efecto, el asunto había
sido resuelto favorablemente y ellas se vieron libres de toda
preocupación. En prueba de reconocimiento, la abadesa,
Margarita Macci, hizo representar en un cuadro a san Rafael con
traje de peregrino tal como se les había aparecido. Las religiosas
establecieron la costumbre de rezar todas las tardes, después de
Completas, los tres salmos recomendados por el arcángel. Además,
durante nueve días continuos antes de la fiesta de los santos
arcángeles del 29 de setiembre, encienden nueve cirios.